06/07/2012

Santiago y el Centenario


El despuntar del siglo XX encontró a Santiago jalonado por la construcción de imponentes edificaciones. Plataforma privilegiada para la ejecución de todo tipo de inversiones, durante el Centenario de la Independencia aquellas secciones centrales y consolidadas de la ciudad testimoniaron una sugerente actualización. De este modo, la edificación de la Estación Mapocho, el Palacio de Bellas Artes o el Centro Comercial Gath y Chávez, constituyen la señal inequívoca de un cambio donde las reminiscencias materiales de una vida rural y acompasada comenzaban a ceder frente al ritmo febril de la gran ciudad.

Con el propósito de profundizar y ampliar el limitado progreso de la capital, un grupo de incansables visionarios difundió durante las tres primeras décadas de este siglo la necesidad de hermosear su fisonomía. Desafortunadamente, sus proyectos, de fuerte inspiración paisajística, no concitaron el consenso requerido.

Mientras, para algunos, el futuro de Santiago exigía una remodelación que no daba pábulo a dilaciones o confusiones, para otros, la modernización de la ciudad sólo constituía un tópico de interés circunstancial. Privada de los estímulos necesarios, la Capital de la República vacilaba en medio de una coyuntura signada por la ausencia de un actor verdaderamente dispuesto a transformarla.

Pese a los avances logrados, hacia mediados de la década del 20, Santiago continuaba exhibiendo, a los ojos de un segmento ilustrado de sus habitantes, características propias de la vida semi rural: escasa pavimentación, edificaciones de baja altura, iluminación deficiente, inseguridad y desaseo. Por otra parte, cada año la población de la ciudad aumentaba; las calles avanzaban en todas las direcciones; tímidamente, algunos edificios les disputaban el monopolio del cielo a las construcciones religiosas; modernas tecnologías invadían la vida cotidiana de los ciudadanos, y nuevas manufacturas e industrias iniciaban sus actividades. Comenzaban los primeros signos de la gran ciudad.

Frente a una embrionaria atmósfera de cambio, donde lo tradicional se confundía con lo nuevo, finalmente se produjo la transformación largamente esperada. En este sentido, el ascenso presidencial de Carlos Ibáñez del Campo en 1927 coincidió con el inicio de una intervención urbana sistemática que modificó la realidad santiaguina en una dimensión tal que, ya es posible hablar de una verdadera transformación.

Cautivada por el deseo de concretar grandes realizaciones y amparada en una coyuntural bonanza de las arcas fiscales, Santiago conoció, desde la intendencia-alcaldía de Manuel Salas Rodríguez (1927-1928) y hasta comienzos de la década del 40, el inicio y desarrollo de un conjunto de proyectos de adelanto que desbordaron la propia comuna de Santiago, afectando también los asentamientos inmediatamente colindantes. Aunque las iniciativas edilicias se dispersaron en diferentes ámbitos, tuvieron un lugar de privilegio -por su magnitud y su costo- la pavimentación de avenidas, calles y aceras; la rectificación y el ensanchamiento de importantes arterias, tanto en la zona céntrica como en el límite comunal; la extensión del alumbrado; la canalización del río Mapocho hacia el poniente del puente Pío IX; la mejora y formación de una serie de parques y plazas de juegos infantiles; la remodelación de la Plaza Italia y del costado oriente del cerro Santa Lucía; y la construcción del Barrio Cívico.

Escenario escogido para el despliegue de todo tipo de negocios, Santiago capturó además grandes beneficios con la vigorización del proyecto de modernización nacional, comandado por un Estado desarrollista. En su corazón -enhiesto, homogéneo, moderno-, el recién estrenado Barrio Cívico galvanizaba un incipiente proceso de verticalización. Hacia el oriente, más allá inclusive del barrio Los Leones y del Canal San Carlos, nuevas urbanizaciones consolidaban el destino residencial de esa parte de la ciudad. Atrás comenzaba a quedar la aristocrática, criolla y más que centenaria existencia de la elite en el rectángulo delimitado por las calles Santo Domingo, Cumming, Toesca y Santa Rosa. Simultáneamente, en las áreas centrales y pericentrales, las clases medias construían una cotidianeidad que tenía como signos aglutinantes animadas veredas, viviendas de inspiración casa-jardín y el infaltable y amistoso cine de barrio. Sin embargo, a menudo, no muy distante de esa tranquila existencia, la pobreza continuaba imperturbable.


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