26/07/2012

La Urbanización acelerada


Estimulada por una acentuada migración interna y externa, la extensión tentacular de la ciudad avanzó, hacia 1940, de acuerdo a dos grandes lógicas. Por una parte, Santiago conoció un proceso de urbanización convencional, ajustado a las normativas vigentes y volcado tanto a su casco histórico como a su nuevo margen oriental. Por otra parte, con características disímiles pero de manera simultánea, secciones significativas del área urbana alcanzaron una rápida ocupación protagonizada por los sectores populares. Caracterizada por su masividad, su distancia de la legalidad vigente, y su paulatina presencia en las comunas ubicadas en las zonas norte, poniente y, más tarde, sur de la ciudad, la urbanización popular tuvo un arraigo difícil de estimar.

Mientras la primera opción, que implicaba el alquiler o compra de un sitio parcial o completamente regularizado, caracterizó a los grupos de ingresos medios y medios/altos, la segunda alternativa, vale decir la simple ocupación de un sitio generalmente despreciado, adquirió una importancia vital para los pobres de la ciudad.

Transcurridas las primeras décadas del presente siglo, la movilidad residencial de los sectores más pudientes aumentó paulatinamente, diversificándose sus destinos. Mientras algunos levantaron sus chalets de veraneo o residencia en Ñuñoa o San Miguel, la mayoría prefirió Providencia y, más tarde, Las Condes.

La adopción del modelo barrio-jardín por parte de los sectores de ingresos medios, acentuó el reemplazo de la edificación continua por una vivienda aislada más higiénica, moderna y próxima a la naturaleza. En este sentido, el conjunto sitio-vivienda, en cuya adquisición participaban preferentemente distintas Cajas de Previsión, ofrecía un abanico de posibilidades hasta entonces desconocidas para los potenciales usuarios.

Los barrios de la zona oriente constituían un ambiente pulcro y conectado al ombligo de la ciudad, en tanto que en los suburbios del sur, del poniente y del norte primaba una periferia de baja densidad, carente de recursos. La ocupación del suelo operaba mayoritariamente por la subdivisión de quintas o la utilización de superficies poco aptas, situación a menudo seguida por la compra o alquiler de alguna propiedad loteada.
Con la masificación de la ciudad, viejos y nuevos problemas se presentaron. Entre los primeros, la perpetua imposibilidad de gestionar un gobierno intercomunal coordinado y eficiente. Entre los segundos, junto a los reconocidos déficits en el transporte público y el paulatino deterioro de la calidad del aire (la palabra smog comienza a adquirir fuerza periodística desde mediados de la década del 50), se destacó la incapacidad de descomprimir la demanda popular por tierra urbana.

A pesar de que en agosto de 1953 (el mismo año en que se creó la Corporación de la Vivienda) se había instruido sobre un Plan Intercomunal que reemplazara al antiguo plan regulador de Karl Brunner y Roberto Humeres (que datan de 1934), sólo fue aprobado definitivamente en 1960.
Este nuevo Plan Intercomunal, motivado por la necesidad de “incorporar a la legislación pertinente toda la experiencia y el progreso de la ciencia actual” y que seguía la línea del inglés Patrick Abercombie y del brasileño Oscar Niemayer, incluía condiciones para la planificación de Santiago que sólo se cumplieron medianamente. Recién el 16 de diciembre de 1965 se crearía el Ministerio de Vivienda y Urbanismo para asumir en parte estas tareas.

Dos décadas más tarde, la realidad había tomado un curso desfavorable para millones de santiaguinos, a pesar de que el Campeonato Mundial de Fútbol de 1962 había significado algunas mejoras y se habían concretado algunas obras importantes como la avenida John Kennedy, a fines de los 60.

En los años 80, las calamidades se sucedieron casi sin respiro. Primero, fue la crecida y desborde del río Mapocho (1982 y 1986), luego el comienzo de la crisis ambiental (1984), y, finalmente, las secuelas materiales y psicológicas provocadas por el violento terremoto de marzo de 1985. Simultáneamente, se daban la desregulación del suelo urbano y la mencionada falta de planificación territorial.

La reacción no se hizo esperar. Diversas voces alertaron sobre la profundidad y la extensión del problema. La situación no daba pie a confusiones: Santiago estaba fracturándose. Para cualquier observador del proceso urbano, las alternativas eran claras. Atrás, en el pasado, yacían los restos de una animada convivencia citadina de tono interclasista donde la movilidad social era un dato cotidiano.


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